Escribe: Carolina Robino de BBC Mundo
Me enamoré de Harry Potter a primera vista; de Daniel Radcliffe, quiero decir. Y no precisamente, cuando lo vi aparecer en la pantalla grande, sino parados frente a frente, a sólo unos metros de distancia.
Que nadie muera de envidia. No tuve una cita a ciegas con él, sino un encuentro profesional, por el año 2002, pues fui invitada a la conferencia de prensa en que el pequeño mago y sus compañeros de hazañas, Rupert Grint (Ron) y Emma Watson (Hermione), fueron presentados a decenas de periodistas de todo el mundo. Yo entre ellos.
Con una atractiva mezcla de ironía, humor y honradez, Daniel Radcliffe reconoció que lo único que tenía en común con Harry Potter era que los dos usaban lentes y que a él también le gustaban los búhos. Pero había algo inquietante en sus gestos, era difícil saber si hablaba en serio o si en su cabeza ya estaba rodando la película y ésa era la primera escena que representaba. Lo otro era su mirada. Cuando nos miraba, abría los ojos con un asombro y una curiosidad tan contagiosos que a cualquiera le daban ganas de agarrar una varita mágica y luchar contra las fuerzas del mal y aprender fórmulas para petrificar al enemigo o convertirlo en una sucia rata de alcantarilla.
Sí, yo, que ya estaba felizmente atrapada en el recuerdo de los libros de Potter, ahora caía sucumbida ante su imagen de carne y hueso, un verdadero tesoro en miniatura.
Hermosa vanidad
Emma Watson era otra cosa, una diva en el mejor sentido de la palabra. Divertida, chispeante y muy, pero muy coqueta.
Olía el éxito y quería alcanzarlo. Los flashes no la encandilaban, para ella eran como espejos en que contemplarse. Mirar y escuchar a la futura Hermione era un verdadero placer. Cuando le preguntaron a qué actriz famosa admiraba, puso su mejor cara y dejó pasar el tiempo justo antes de contestar: "En realidad, a ninguna".
No tenía ojos más que para sí misma, pero no era egoísmo lo que yo veía en su actitud. Ni siquiera un exceso de egolatría. Más bien, Emma disfrutaba a más no poder de lo que le estaba pasando. Con toda la teatralidad que cabe en una niña de 11 años.
Dará que hablar, pensé y aún hoy mantengo esa predicción.
En la sangre
En cuanto a Rupert Grint, era el más parecido a su personaje, Ron. Lo suyo es la espontaneidad, la lleva en la sangre. Si me dijeran que nació para hacer felices a quienes lo rodean, me lo creería. No sé bien cómo explicarlo, pero hasta el ser colorín le sale natural. No podrían haber encontrado a alguien más adecuado para el papel del mejor amigo de Harry. Dicen que el proceso de búsqueda de los niños fue tan intenso como el que se realizó para dar con Scarlet O'Hara, la mítica protagonista de "Lo que el viento se llevó".
Cuando yo los conocí, Daniel, Emma y Rupert no eran nadie. Hoy están clavados en el corazón de miles de niños y adultos de todo el mundo, incluido el mío. Igual que los personajes que encarnan.
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4 de abril de 2008
La primera vez que los conocí
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